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Soy Antonio Izquierdo Chenique, escritor novel, gran aficionado al cine y la musica clasica. este es mi blog espero que os guste.


El rincon de los susurros

El rincon de los susurros

sábado, 24 de diciembre de 2016



         La última  luz antes del anochecer
Entonces, todo el mundo soñaba con el futuro perfecto que describían las películas. Coches voladores, viajes a otros planetas… Al final todo eso no es más que ciencia ficción. Desde la crisis económica, todo ha empeorado, ni hay coches voladores, ni tanta tecnología como cabría esperar. Al final aquellas predicciones que los filósofos decían que habían descrito los mayas  se cumplieron, y sin darnos cuenta, para muchos, el mundo terminó.
Poco a poco todo se desmoronó. Primero fue la reducción de luz en las calles. Medida de recuperación económica lo llamaron, solo grandes avenidas y paseos muy transitados, así consiguieron que la gente se encerrara en sus casas, o que se aglomeraran todas en un mismo sitio, como el ganado en una granja. Después se cargaron el cielo, queriendo controlar el clima, producir lluvias cuando había sequía, apaciguar tormentas, cuando la madre naturaleza nos las mandaba como escarmiento, Proyecto CLIMA, para la mejora de vida en el planeta… ilusos de nosotros. Ahora la lluvia interminable forma parte de nuestras vidas,  raro es el día que las inmensas nubes negras dejan entrar un ápice de luz. De noche nos quitan la luz artificial, y de día nos impiden poder disfrutar del calor y la luz de nuestro astro solar.
En todas las ciudades hay superpoblación, y nos aglutinan como ratas en pisos de 30 metros cuadrados, suficiente para una familia, nos repiten una y otra vez, claro… eso es muy fácil de decir cuando se vive en una gran mansión a las afueras, donde no tienen que compartir cama con tres personas, donde no hay sitio apenas ni para cagar a gusto sin tener que encajar las rodillas a presión entre el hueco de la pared y la taza del váter, y tampoco tienen que soportar este hedor repugnante que despiden las alcantarillas.
Sin embargo hay algo que no ha disminuido, pero en cambio aumentado en demasía, la publicidad, las calles están abarrotadas de hologramas intentando venderte algo, la tele está infectada de mensajes subliminales, todo el día metiéndote por los ojos que tienes que comprar y nada más que comprar, hasta tal punto que si no tienes lo último en tecnología la gente te margina. Ahora el estatus social lo dicta si tienes más o menos tecnología.
Las grandes corporaciones controlan la alimentación, ellos controlan cómo engorda o adelgaza la gente, ya apenas quedan restaurantes, la comida rápida lo ha invadido todo.
Y al final, llegó lo que llamaron el culmen de la tecnología, la clonación humana, para la ayuda de enfermedades terminales… ahora nosotros mismos jugamos a ser dioses.
 Nos cuentan que los clones nunca llegan a salir de su incubadora, que solo sirven para extirpar ese órgano que le hace falta a su verdadero  “yo”, ¿en serio? Y… ¿Qué hay del programa Ícaro? Aquella clonación que salió mal, según ellos por falta de presupuesto. Fue por su culpa, por la que aquel clon enfermo mató a sus padres.
Creemos que le falta algo. Dijeron a los medios de comunicación. Algo que todavía no hemos llegado a comprender, pedimos perdón por todo el daño causado, pero sin sacrificios jamás puede haber avance tecnológico, con lo que tampoco habría evolución. Sabemos que todo cuanto ha pasado ha sido una tragedia, y lo lamentamos, pero ello nos ha dado la oportunidad de comprender más  al ser humano, de darnos cuenta de que somos mucho más complejos de lo que imaginábamos, es por eso, que por ahora solo nos limitaremos a la clonación para poder sustituir órganos, o paliar enfermedades mortales, aunque ello, claro está, no significa que no sigamos investigando, al contrario, lo haremos con más ahínco si cabe y fuerzas renovadas.  
 Quizá, nunca lleguen a darse cuenta de que lo que buscan, no son cadenas de ADN, ni células madre, ni nada de lo que ellos puedan mirar por un microscopio,  lo que buscan es aquello que nos hace únicos, lo que nos da  a cada uno nuestros valores, lo que nos hace llorar cuando un ser querido se va para siempre, lo que nos hace recordarle eternamente… 
Por fin el ser humano ha creado vida en una probeta, menuda gracia.
Frank dejó su copa de vino ya vacía en la mesa, miró a su alrededor y descubrió sin sorpresa alguna que había vuelto a dejarse llevar por sus emociones, los tres comensales que había en la mesa, entre los que se encontraba su esposa, lo miraban atónitos. Aunque, para ellos, todo cuanto ha dicho este tal Frank, no son más que una serie de peroratas absurdas que jamás lograrían entender. Cuando este hombre, salga por la puerta, cada uno de ellos se preguntará: ¿Cuán loco se puede llegar a estar para pensar esa serie de estupideces que no conducen a otra cosa más que al desvarío y la depresión?
En estos momentos, no sería ningún desatino decir que el que pronto será uno de los protagonistas de esta lúgubre historia, al que sus padres un día decidieron bautizarle con el nombre de aquel músico tan ilustre como era Frank Sinatra, al que ellos admiraban con férrea devoción, no es más que un hombre normal, ni más depresivo ni menos que cualquier otro, aunque a veces sus desvaríos lleven a pensar lo contrario. Frank es un hombre normal de los pies a la cabeza, y por normal se entiende eso, corriente, lúcido, uniforme, consciente, y cualquiera de los sinónimos que se nos ocurran.
Perdonadme, dijo pero bueno, a pesar de que el mundo está hecho una mierda sigue habiendo buen vino –y una sonrisa socarrona se dibujó en su rostro, terso y bien cuidado, síntoma de que era un hombre que le prestaba mucha atención a su físico, lo hizo para relajar un poco el entorno, quizás, o tal vez para aderezar el ambiente con  ese punto de aspereza que tanto le gustaba. Se acercó a su esposa y la besó, mirando de soslayo a Lucía.
Era la mujer de Martín la pareja que los había invitado a cenar por su buena actuación. Gracias a él, este había conseguido trabajo, así que decidieron agradecérselo con una cena, “por lo menos una cosa de la que alegrarse, todavía quedaba gente humilde en el mundo”.
Me gustaría, –empezó diciendo Martín– quisiéramos agradecerte Lucía y yo, el que te arriesgaras a perder tu empleo por contratarme. Quiero que sepas que haré todo cuanto esté en mi mano para no dejarte mal delante de tus superiores…necesitamos tanto el dinero… bueno en cualquier caso gracias un millón de gracias.
Martín levantó la copa de vino para brindar y todos lo siguieron.
 “Desde luego, es preciosa”.
Cabe aclarar de este pensamiento tan altanero, que Sara, la mujer de  Frank, por si todavía no nos hemos situado, no es para nada una mujer poco agraciada, sino más bien todo lo contrario. ¿Que por qué a él Lucía le pareció más bella, que la que hasta ahora era su mujer? Desde luego es algo que nos intriga, pero en estos momentos dejaremos estas nimiedades que más tarde aclararemos, y continuaremos con la historia.
Bueno,  bueno –interrumpió  Frank.
Hemos traído algo para la parejita de moda, no es mucho pero es todo cuanto hemos podido conseguir, esperamos que con esto podáis zanjar algunas cuotas de vuestra hipoteca, esto es para vosotros –y sacó un cheque de su cartera por la cantidad de dos mil euros.
No podemos cogerlo, después de todo nos acabamos de conocer –dijo Lucía asombrada.
Vamos, no digáis tonterías, el tiempo que haga que nos conozcamos da igual, lo que ahora importa es que os hace falta, y nosotros en este momento nos lo podemos permitir, así que por favor, aceptadlo.
Frank miró de nuevo a Lucía, esta vez más intensamente, fijándose en el azul de sus ojos, en el perfil de sus labios, en el mechón de pelo que de vez en cuando le tapaba lo ojos.
“Dios… ¿se puede ser tan perfecta?”.
Está bien, gracias, pero cuando podamos,  lo devolveremos todo –
Lucía se puso en pie y se dirigió hacia Frank, este también se levantó y los dos se fundieron en un abrazo.
Quizá para ella de simple agradecimiento, pero para él fue algo más, como si abrazara una llama, como si esta con todo su fulgor, le consumiera por dentro.
 Sin querer, su cuerpo ardió, dejando en su interior un cultivo de llamas, entiéndase con esto que nuestro Frank jamás había sentido nada parecido, ni el hormigueo en su interior, ni la flojera absurda que ahora sentía en las piernas, ni el dolor tan intenso en el corazón. Se había casado, sí, y como hemos dicho antes con una mujer que nada tenía que envidiar al físico de esa tal Lucía.  Pero algo dentro de él cambió para siempre, al sentir la calidez de su piel junto a la suya, al exhalar aquel aroma tan delicioso saliendo de su cuerpo. De nuevo, otra punzada de dolor, esta vez más fuerte que la anterior, le recorrió el corazón, un dolor que nunca había experimentado, una sensación que le embriagó.
 “¿Sabía yo, lo que es amor?”.
Una vez sentados los dos, la cena continuó, larga y entretenida, aunque para Frank, como hemos dicho, algo muy dentro de sí había cambiado, no se encontraba cómodo, ya no la temperatura de su cuerpo no descendió desde que abrazara a Lucía.
Bebió, bebió, y bebió. Pero el calor de su cuerpo no decrecía. Se movía inquieto, se levantaba al baño constantemente, unas cuantas veces su mujer le preguntó si se encontraba bien, y lo cierto era que se encontraba mejor que nunca, que jamás se había sentido así, ni cuando conoció a su esposa, ni con el nacimiento de su hija.
No dejaba de contemplarla, primero despacio y con cuidado, tardando años en escrutarla para que no se percatara, ni ella ni su marido, que miraba aciago a Frank cada vez que este levantaba la cabeza para observarla. Frank contemplaba su rostro, cada gesto de él, cada una de las comisuras que sus labios formaban al moverse, y se imaginó… rozándola, besándola, fundiéndose los dos en uno. 
“¿Será esto el verdadero amor?”.
Al final, cuando habían pasado siglos, ya no prestaba atención, ni a su esposa ni a Martín, daba igual quién hubiese delante, tan solo tenía ojos para aquella musa que le había deslumbrado,  y que había conseguido robarle el corazón.
“Atenea”.
            Hasta que esta, en un ademán de picardía se dio cuenta y le miro, a través de aquellos dos mechones que encerraban sus ojos…y le sonrió.
Frank recibió esa sonrisa con otra punzada y miró a todos los comensales, fijándose en Martín. Se quedaron los dos mirándose detenidamente, cuando Martín se giró y besó a Lucía. 
“Sería tan fácil, un simple movimiento, y la tendría junto a mí”.
 Introdujo la mano en el bolsillo, y notó aquel trozo de  metal frío, y áspero rozando su piel, miró a su mujer, e inmediatamente después volvió la vista a la musa que le había despojado de su alma. Deslizó las yemas de sus dedos suavemente por aquel instrumento que ocultaba.
 Cerró los ojos desesperadamente,  y…
En pocos segundos todo quedo bañado por un color carmesí, que poco a poco fue desmenuzándose como la cascara de un huevo. Este, dio paso a un manantial de azules, verdes y marrones grisáceos, ellos fueron los que  trajeron de la lejanía un alarido envuelto en dolor, un dolor que entro por las membranas auditivas de Frank, trayendo a sus oídos la esencia de Chopin.  
 Prélude en E menor, comenzó a sonar.                                                                                  

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