La última luz antes del anochecer
Entonces, todo el mundo soñaba con el futuro
perfecto que describían las películas. Coches voladores, viajes a otros
planetas… Al final todo eso no es más que ciencia ficción. Desde la crisis
económica, todo ha empeorado, ni hay coches voladores, ni tanta tecnología como
cabría esperar. Al final aquellas predicciones que los filósofos decían que
habían descrito los mayas se cumplieron,
y sin darnos cuenta, para muchos, el mundo terminó.
Poco a poco todo se
desmoronó. Primero fue la reducción de luz en las calles. Medida de
recuperación económica lo llamaron, solo grandes avenidas y paseos muy
transitados, así consiguieron que la gente se encerrara en sus casas, o que se
aglomeraran todas en un mismo sitio, como el ganado en una granja. Después se
cargaron el cielo, queriendo controlar el clima, producir lluvias cuando había
sequía, apaciguar tormentas, cuando la madre naturaleza nos las mandaba como
escarmiento, Proyecto CLIMA, para la mejora de vida en el planeta…
ilusos de nosotros. Ahora la lluvia interminable forma parte de nuestras vidas,
raro es el día que las inmensas nubes
negras dejan entrar un ápice de luz. De noche nos quitan la luz artificial, y
de día nos impiden poder disfrutar del calor y la luz de nuestro astro solar.
En todas las
ciudades hay superpoblación, y nos aglutinan como ratas en pisos de 30 metros
cuadrados, suficiente para una familia, nos repiten una y otra vez, claro… eso
es muy fácil de decir cuando se vive en una gran mansión a las afueras, donde
no tienen que compartir cama con tres personas, donde no hay sitio apenas ni para
cagar a gusto sin tener que encajar las rodillas a presión entre el hueco de la
pared y la taza del váter, y tampoco tienen que soportar este hedor repugnante
que despiden las alcantarillas.
Sin embargo hay algo
que no ha disminuido, pero en cambio aumentado en demasía, la publicidad, las
calles están abarrotadas de hologramas intentando venderte algo, la tele está
infectada de mensajes subliminales, todo el día metiéndote por los ojos que
tienes que comprar y nada más que comprar, hasta tal punto que si no tienes lo
último en tecnología la gente te margina. Ahora el estatus social lo dicta si
tienes más o menos tecnología.
Las grandes
corporaciones controlan la alimentación, ellos controlan cómo engorda o
adelgaza la gente, ya apenas quedan restaurantes, la comida rápida lo ha
invadido todo.
Y
al final, llegó lo que llamaron el culmen de la tecnología, la clonación
humana, para la ayuda de enfermedades terminales… ahora nosotros mismos jugamos
a ser dioses.
Nos cuentan que los clones nunca llegan a salir
de su incubadora, que solo sirven para extirpar ese órgano que le hace falta a
su verdadero “yo”, ¿en serio? Y… ¿Qué
hay del programa Ícaro? Aquella clonación que salió mal, según ellos por
falta de presupuesto. Fue por su culpa, por la que aquel clon enfermo mató a
sus padres.
Creemos
que le falta algo. Dijeron a los medios de comunicación. Algo que todavía no
hemos llegado a comprender, pedimos perdón por todo el daño causado, pero sin
sacrificios jamás puede haber avance tecnológico, con lo que tampoco habría
evolución. Sabemos que todo cuanto ha pasado ha sido una tragedia, y lo
lamentamos, pero ello nos ha dado la oportunidad de comprender más al ser humano, de darnos cuenta de que somos
mucho más complejos de lo que imaginábamos, es por eso, que por ahora solo nos
limitaremos a la clonación para poder sustituir órganos, o paliar enfermedades
mortales, aunque ello, claro está, no significa que no sigamos investigando, al
contrario, lo haremos con más ahínco si cabe y fuerzas renovadas.
Quizá, nunca lleguen a darse cuenta de que lo
que buscan, no son cadenas de ADN, ni células madre, ni nada de lo que ellos
puedan mirar por un microscopio, lo que
buscan es aquello que nos hace únicos, lo que nos da a cada uno nuestros valores, lo que nos hace
llorar cuando un ser querido se va para siempre, lo que nos hace recordarle
eternamente…
Por fin el ser
humano ha creado vida en una probeta, menuda gracia.
Frank
dejó su copa de vino ya vacía en la mesa, miró a su alrededor y descubrió sin
sorpresa alguna que había vuelto a dejarse llevar por sus emociones, los tres
comensales que había en la mesa, entre los que se encontraba su esposa, lo
miraban atónitos. Aunque, para ellos, todo cuanto ha dicho este tal Frank, no
son más que una serie de peroratas absurdas que jamás lograrían entender.
Cuando este hombre, salga por la puerta, cada uno de ellos se preguntará: ¿Cuán
loco se puede llegar a estar para pensar esa serie de estupideces que no
conducen a otra cosa más que al desvarío y la depresión?
En
estos momentos, no sería ningún desatino decir que el que pronto será uno de
los protagonistas de esta lúgubre historia, al que sus padres un día decidieron
bautizarle con el nombre de aquel músico tan ilustre como era Frank Sinatra, al
que ellos admiraban con férrea devoción, no es más que un hombre normal, ni más
depresivo ni menos que cualquier otro, aunque a veces sus desvaríos lleven a
pensar lo contrario. Frank es un hombre normal de los pies a la cabeza, y por
normal se entiende eso, corriente, lúcido, uniforme, consciente, y cualquiera
de los sinónimos que se nos ocurran.
―Perdonadme, ―dijo― pero bueno, a pesar de que el mundo está hecho una mierda sigue
habiendo buen vino –y una sonrisa socarrona se dibujó en su rostro, terso y
bien cuidado, síntoma de que era un hombre que le prestaba mucha atención a su
físico, lo hizo para relajar un poco el entorno, quizás, o tal vez para
aderezar el ambiente con ese punto de
aspereza que tanto le gustaba. Se acercó a su esposa y la besó, mirando de
soslayo a Lucía.
Era
la mujer de Martín la pareja que los había invitado a cenar por su buena
actuación. Gracias a él, este había conseguido trabajo, así que decidieron
agradecérselo con una cena, “por lo menos una cosa de la que alegrarse, todavía
quedaba gente humilde en el mundo”.
―Me gustaría, –empezó diciendo Martín–
quisiéramos agradecerte Lucía y yo, el que te arriesgaras a perder tu empleo
por contratarme. Quiero que sepas que haré todo cuanto esté en mi mano para no
dejarte mal delante de tus superiores…necesitamos tanto el dinero… bueno en
cualquier caso gracias un millón de gracias.
Martín levantó la
copa de vino para brindar y todos lo siguieron.
“Desde luego, es preciosa”.
Cabe
aclarar de este pensamiento tan altanero, que Sara, la mujer de Frank, por si todavía no nos hemos situado,
no es para nada una mujer poco agraciada, sino más bien todo lo contrario. ¿Que
por qué a él Lucía le pareció más bella, que la que hasta ahora era su mujer?
Desde luego es algo que nos intriga, pero en estos momentos dejaremos estas
nimiedades que más tarde aclararemos, y continuaremos con la historia.
― Bueno,
bueno –interrumpió Frank.
―Hemos traído algo para la parejita de moda,
no es mucho pero es todo cuanto hemos podido conseguir, esperamos que con esto
podáis zanjar algunas cuotas de vuestra hipoteca, esto es para vosotros –y sacó
un cheque de su cartera por la cantidad de dos mil euros.
―No podemos cogerlo, después de todo nos
acabamos de conocer –dijo Lucía asombrada.
―Vamos, no digáis tonterías, el tiempo que
haga que nos conozcamos da igual, lo que ahora importa es que os hace falta, y
nosotros en este momento nos lo podemos permitir, así que por favor, aceptadlo.
Frank
miró de nuevo a Lucía, esta vez más intensamente, fijándose en el azul de sus
ojos, en el perfil de sus labios, en el mechón de pelo que de vez en cuando le
tapaba lo ojos.
“Dios… ¿se puede ser
tan perfecta?”.
―Está bien, gracias, pero cuando
podamos, lo devolveremos todo –
Lucía
se puso en pie y se dirigió hacia Frank, este también se levantó y los dos se
fundieron en un abrazo.
Quizá
para ella de simple agradecimiento, pero para él fue algo más, como si abrazara
una llama, como si esta con todo su fulgor, le consumiera por dentro.
Sin querer, su cuerpo ardió, dejando en su
interior un cultivo de llamas, entiéndase con esto que nuestro Frank jamás
había sentido nada parecido, ni el hormigueo en su interior, ni la flojera
absurda que ahora sentía en las piernas, ni el dolor tan intenso en el corazón.
Se había casado, sí, y como hemos dicho antes con una mujer que nada tenía que
envidiar al físico de esa tal Lucía.
Pero algo dentro de él cambió para siempre, al sentir la calidez de su
piel junto a la suya, al exhalar aquel aroma tan delicioso saliendo de su
cuerpo. De nuevo, otra punzada de dolor, esta vez más fuerte que la anterior,
le recorrió el corazón, un dolor que nunca había experimentado, una sensación
que le embriagó.
“¿Sabía yo, lo que es amor?”.
Una
vez sentados los dos, la cena continuó, larga y entretenida, aunque para Frank,
como hemos dicho, algo muy dentro de sí había cambiado, no se encontraba
cómodo, ya no la temperatura de su cuerpo no descendió desde que abrazara a
Lucía.
Bebió, bebió, y
bebió. Pero el calor de su cuerpo no decrecía. Se movía inquieto, se levantaba
al baño constantemente, unas cuantas veces su mujer le preguntó si se
encontraba bien, y lo cierto era que se encontraba mejor que nunca, que jamás
se había sentido así, ni cuando conoció a su esposa, ni con el nacimiento de su
hija.
No
dejaba de contemplarla, primero despacio y con cuidado, tardando años en
escrutarla para que no se percatara, ni ella ni su marido, que miraba aciago a
Frank cada vez que este levantaba la cabeza para observarla. Frank contemplaba
su rostro, cada gesto de él, cada una de las comisuras que sus labios formaban
al moverse, y se imaginó… rozándola, besándola, fundiéndose los dos en
uno.
“¿Será esto el
verdadero amor?”.
Al
final, cuando habían pasado siglos, ya no prestaba atención, ni a su esposa ni
a Martín, daba igual quién hubiese delante, tan solo tenía ojos para aquella
musa que le había deslumbrado, y que
había conseguido robarle el corazón.
“Atenea”.
Hasta
que esta, en un ademán de picardía se dio cuenta y le miro, a través de
aquellos dos mechones que encerraban sus ojos…y le sonrió.
Frank recibió esa
sonrisa con otra punzada y miró a todos los comensales, fijándose en Martín. Se
quedaron los dos mirándose detenidamente, cuando Martín se giró y besó a
Lucía.
“Sería tan fácil, un
simple movimiento, y la tendría junto a mí”.
Introdujo la mano en el bolsillo, y notó aquel
trozo de metal frío, y áspero rozando su
piel, miró a su mujer, e inmediatamente después volvió la vista a la musa que
le había despojado de su alma. Deslizó las yemas de sus dedos suavemente por
aquel instrumento que ocultaba.
Cerró los ojos desesperadamente, y…
En
pocos segundos todo quedo bañado por un color carmesí, que poco a poco fue
desmenuzándose como la cascara de un huevo. Este, dio paso a un manantial de
azules, verdes y marrones grisáceos, ellos fueron los que trajeron de la lejanía un alarido envuelto en
dolor, un dolor que entro por las membranas auditivas de Frank, trayendo a sus
oídos la esencia de Chopin.
Prélude en E menor, comenzó a sonar.
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