LIE

Soy Antonio Izquierdo Chenique, escritor novel, gran aficionado al cine y la musica clasica. este es mi blog espero que os guste.


El rincon de los susurros

El rincon de los susurros

domingo, 25 de diciembre de 2016


                                            El último sacrificio


Otoño. 
Un sol implacable y melancólico golpeaba el cristal. Era un sol de los de antes, de los de sacar a los niños a pasear y comprarles un helado. Un sol de verano. Un sol de arena y  de sal. Sus tentáculos hostigaban las transparencias del ventanal, azotando el cuero de mis zapatos, un cuero tosco y raído por los años. Su calor traspasaba ya el fino algodón de mis calcetines y se deslizaba sigilosamente por la rugosidad de mi piel, abriéndose camino hasta los dedos, produciéndome  un ligero cosquilleo.
¿Dónde estaba la lluvia? ¿Había desparecido? Intente ver pero solo había oscuridad, una áspera y extrañamente confortable. No tarde en descubrir que no tenía ojos, solo dos cuencas vacías y oscuras derramando lagrimas etéreas, sentí el calor de aquellas resbalando por mis mejillas. Inhale su olor. Olía a sangre, a  miedo y a muerte sobre todo a muerte, de esas que no esperas pero al final agradeces, de las que tardan en llegar, de las que te destruyen el cuerpo antes de arrancarte el alma. Una muerte dura.
Al fin y al cabo, vivo, tampoco estaba mucho mejor. Toda mi vida había estado rodeada de tristeza, esto era una gota más en ese océano de lágrimas.  Intente mil veces reinventarme, empezar de nuevo, no quería  convertirme en mi padre. Pero no hay manera de escapar del destino.  Como él decía: El destino hijo, es implacable y cruel, da igual cuantos caminos decidas tomar, cuantos trenes o aviones intentando zafarte de sus pegajosos tentáculos, al final te encontrara y cumplirás lo que  tenía pensado para ti.
Intente mover las manos, descubrí que el veneno había desaparecido. Mi sangre lo había escupido por los ojos, esos que ya no poseía, esos que danzaban a su antojo por la moqueta, los que en su lugar habían dejado dos enormes grutas de animadversión y vacío. Desplace una de mis manos hacia el cuello para palpar el corte que recorría mi yugular de lado a lado, jirones de piel muerta se desprendían, la gravedad estaba haciendo bien su trabajo. Puta. Una amalgama de líquidos espesos se entremezclaban en la hendidura, confluían entre sí, convirtiendo todo aquello en un festín gelatinoso y grasiento. Toque la carne,  roce el cartílago, acaricie tendones y palpe la nuez. Aquella gran zanja lloraba con lágrimas ardientes.
Tantee el bolsillo en busca de tabaco. Era fácil, solo tenía que sentir el bulto en mis pantalones, por suerte no me había dado tiempo a comprar el de liar. Hubiese sido imposible fumarme un último cigarro. Asique pare en un bar  donde solo tenían paquetes. Lo ve padre, el destino no es tan hijo de puta. Saque a tientas uno de los cigarros, comprobé que era la boquilla lo que me estaba llevando a la boca, la acerque a mi barbilla y lo lleve arrastrando hasta mis labios, lo sujete bien antes de sacar el mechero del mismo bolsillo. Gire la rueda del encendedor con mi pulgar y oí el chasquido de la piedra, en segundos sentí la convección de la llama en mi mano, acerque su calor a mi boca y…acerté a la primera, definitivamente aquel era mi día de suerte. Inhale el humo dando una gran calada, a pesar de que casi no me llegaba el aire a la boca, el cabrón salía huyendo al llegar a la zanja que me rodeaba el cuello. Aun así conseguí que el humo entrara en mi cuerpo, lo note rodeando los órganos y sentí como impregnaba mis pulmones llenándolos de hollín. Una última calada…tu último sacrificio, después de esto serás una maldita leyenda.
Carga el arma, dispara…carga de nuevo…dispara, dispara, dispara. Rojo sobre rojo el calor que envuelve al hombre, las entrañas que le dan forma…la piel que se resquebraja…el dolor, la perdida, la sensación de poder al quitar una vida, como un jodido dios. Y la luz que se apaga en su interior, se acabó el sufrimiento. Otra muerte más para mí y todo sigue igual, igual que siempre.  Al fin y al cabo cual es la necesidad de seguir vivo. Todo en esta vida que nos envuelve y que nos han pintado de maravillosa es una burda mentira. Vivimos encerrados en una oscura celda eternamente. ¿Qué tenemos? Nada. Nos levantamos para ir a un trabajo que odiamos, para luego volver a la cama, con la mujer que amas o con unas sábanas vacías. Toda la puta vida. ¿Libertad? Somos presos en esta penitenciaria llamada vida. Así que, que podía sentir yo al arrebatar una. Nada, mi reacción era la misma que al aplastar un insecto.
― Por eso eres único joder. Por eso necesitamos a alguien como tú. 
― Quiero volver a casa.
― Ya estás en ella.
― Coronel…
― Tu mujer no quiere saber nada de ti, nos elegiste a nosotros, nunca te lo perdonara.
― Quiero ver a mi hija, lo demás me da igual.
― No puede ser. No ahora. Estamos a punto de terminar casi lo tenemos.
― Apenas me quedan fuerzas para seguir. Últimamente solo pienso en ella. En una semana es su cumpleaños, me gustaría estar ahí. Se hace mayor.
― Joder ¿Ahora me vienes con sensiblerías? No me jodas.
― Se acabó Coronel no puedo más.
― ¡¡¡ Aquí no termina nada sin mi consentimiento!!! Vas a terminar el trabajo y yo mismo me encargare de que vuelvas con tu hija. Pero ahora te necesito, necesito al lobo. Esta será la última vez te lo prometo. Será tu último sacrificio y te aseguro que te convertiré en una leyenda.
Leyenda…ahora que veo como se me escapa la vida vuelvo a pensar en ella Cris y, su alma se me escurre entre los dedos. Será por esta sangre viscosa que no me deja asirme a nada más que a la jodida muerte.
―Lo tengo, tengo los informes, tengo todo cuanto necesitáis para inculpar a estos pobres hombres y convertirlos en bestias…
Oriente medio,  siempre al borde del abismo y, solo son hombres, seres tan humanos como nosotros, siempre usados como reclamo. Ahora con estos jodidos papeles no tendrán forma de demostrar su inocencia. ¿Es esto lo que quiero? Es la única forma de volver a verla…Cris.
Dos mil quinientos años de una lucha entre oriente y occidente que jamás llegara a su fin…mi país, envuelto también en todo este sin sentido, en toda esta desesperación.  Yo…una jodida marioneta. Espero que esta grabación llegue a las manos adecuadas y se sepa la verdad. ¡¡¡Esta gente es inocente joder!!! Apenas me queda aire, los documentos los guardo en un lugar seguro. El interesado sabe dónde encontrarlos.
Me llamo Cesar Lobos. Cabo de Infantería de Marina del ejército español, asesinado por su país.
Por favor encontrar a los culpables…ya hay demasiados muertos.

sábado, 24 de diciembre de 2016



         La última  luz antes del anochecer
Entonces, todo el mundo soñaba con el futuro perfecto que describían las películas. Coches voladores, viajes a otros planetas… Al final todo eso no es más que ciencia ficción. Desde la crisis económica, todo ha empeorado, ni hay coches voladores, ni tanta tecnología como cabría esperar. Al final aquellas predicciones que los filósofos decían que habían descrito los mayas  se cumplieron, y sin darnos cuenta, para muchos, el mundo terminó.
Poco a poco todo se desmoronó. Primero fue la reducción de luz en las calles. Medida de recuperación económica lo llamaron, solo grandes avenidas y paseos muy transitados, así consiguieron que la gente se encerrara en sus casas, o que se aglomeraran todas en un mismo sitio, como el ganado en una granja. Después se cargaron el cielo, queriendo controlar el clima, producir lluvias cuando había sequía, apaciguar tormentas, cuando la madre naturaleza nos las mandaba como escarmiento, Proyecto CLIMA, para la mejora de vida en el planeta… ilusos de nosotros. Ahora la lluvia interminable forma parte de nuestras vidas,  raro es el día que las inmensas nubes negras dejan entrar un ápice de luz. De noche nos quitan la luz artificial, y de día nos impiden poder disfrutar del calor y la luz de nuestro astro solar.
En todas las ciudades hay superpoblación, y nos aglutinan como ratas en pisos de 30 metros cuadrados, suficiente para una familia, nos repiten una y otra vez, claro… eso es muy fácil de decir cuando se vive en una gran mansión a las afueras, donde no tienen que compartir cama con tres personas, donde no hay sitio apenas ni para cagar a gusto sin tener que encajar las rodillas a presión entre el hueco de la pared y la taza del váter, y tampoco tienen que soportar este hedor repugnante que despiden las alcantarillas.
Sin embargo hay algo que no ha disminuido, pero en cambio aumentado en demasía, la publicidad, las calles están abarrotadas de hologramas intentando venderte algo, la tele está infectada de mensajes subliminales, todo el día metiéndote por los ojos que tienes que comprar y nada más que comprar, hasta tal punto que si no tienes lo último en tecnología la gente te margina. Ahora el estatus social lo dicta si tienes más o menos tecnología.
Las grandes corporaciones controlan la alimentación, ellos controlan cómo engorda o adelgaza la gente, ya apenas quedan restaurantes, la comida rápida lo ha invadido todo.
Y al final, llegó lo que llamaron el culmen de la tecnología, la clonación humana, para la ayuda de enfermedades terminales… ahora nosotros mismos jugamos a ser dioses.
 Nos cuentan que los clones nunca llegan a salir de su incubadora, que solo sirven para extirpar ese órgano que le hace falta a su verdadero  “yo”, ¿en serio? Y… ¿Qué hay del programa Ícaro? Aquella clonación que salió mal, según ellos por falta de presupuesto. Fue por su culpa, por la que aquel clon enfermo mató a sus padres.
Creemos que le falta algo. Dijeron a los medios de comunicación. Algo que todavía no hemos llegado a comprender, pedimos perdón por todo el daño causado, pero sin sacrificios jamás puede haber avance tecnológico, con lo que tampoco habría evolución. Sabemos que todo cuanto ha pasado ha sido una tragedia, y lo lamentamos, pero ello nos ha dado la oportunidad de comprender más  al ser humano, de darnos cuenta de que somos mucho más complejos de lo que imaginábamos, es por eso, que por ahora solo nos limitaremos a la clonación para poder sustituir órganos, o paliar enfermedades mortales, aunque ello, claro está, no significa que no sigamos investigando, al contrario, lo haremos con más ahínco si cabe y fuerzas renovadas.  
 Quizá, nunca lleguen a darse cuenta de que lo que buscan, no son cadenas de ADN, ni células madre, ni nada de lo que ellos puedan mirar por un microscopio,  lo que buscan es aquello que nos hace únicos, lo que nos da  a cada uno nuestros valores, lo que nos hace llorar cuando un ser querido se va para siempre, lo que nos hace recordarle eternamente… 
Por fin el ser humano ha creado vida en una probeta, menuda gracia.
Frank dejó su copa de vino ya vacía en la mesa, miró a su alrededor y descubrió sin sorpresa alguna que había vuelto a dejarse llevar por sus emociones, los tres comensales que había en la mesa, entre los que se encontraba su esposa, lo miraban atónitos. Aunque, para ellos, todo cuanto ha dicho este tal Frank, no son más que una serie de peroratas absurdas que jamás lograrían entender. Cuando este hombre, salga por la puerta, cada uno de ellos se preguntará: ¿Cuán loco se puede llegar a estar para pensar esa serie de estupideces que no conducen a otra cosa más que al desvarío y la depresión?
En estos momentos, no sería ningún desatino decir que el que pronto será uno de los protagonistas de esta lúgubre historia, al que sus padres un día decidieron bautizarle con el nombre de aquel músico tan ilustre como era Frank Sinatra, al que ellos admiraban con férrea devoción, no es más que un hombre normal, ni más depresivo ni menos que cualquier otro, aunque a veces sus desvaríos lleven a pensar lo contrario. Frank es un hombre normal de los pies a la cabeza, y por normal se entiende eso, corriente, lúcido, uniforme, consciente, y cualquiera de los sinónimos que se nos ocurran.
Perdonadme, dijo pero bueno, a pesar de que el mundo está hecho una mierda sigue habiendo buen vino –y una sonrisa socarrona se dibujó en su rostro, terso y bien cuidado, síntoma de que era un hombre que le prestaba mucha atención a su físico, lo hizo para relajar un poco el entorno, quizás, o tal vez para aderezar el ambiente con  ese punto de aspereza que tanto le gustaba. Se acercó a su esposa y la besó, mirando de soslayo a Lucía.
Era la mujer de Martín la pareja que los había invitado a cenar por su buena actuación. Gracias a él, este había conseguido trabajo, así que decidieron agradecérselo con una cena, “por lo menos una cosa de la que alegrarse, todavía quedaba gente humilde en el mundo”.
Me gustaría, –empezó diciendo Martín– quisiéramos agradecerte Lucía y yo, el que te arriesgaras a perder tu empleo por contratarme. Quiero que sepas que haré todo cuanto esté en mi mano para no dejarte mal delante de tus superiores…necesitamos tanto el dinero… bueno en cualquier caso gracias un millón de gracias.
Martín levantó la copa de vino para brindar y todos lo siguieron.
 “Desde luego, es preciosa”.
Cabe aclarar de este pensamiento tan altanero, que Sara, la mujer de  Frank, por si todavía no nos hemos situado, no es para nada una mujer poco agraciada, sino más bien todo lo contrario. ¿Que por qué a él Lucía le pareció más bella, que la que hasta ahora era su mujer? Desde luego es algo que nos intriga, pero en estos momentos dejaremos estas nimiedades que más tarde aclararemos, y continuaremos con la historia.
Bueno,  bueno –interrumpió  Frank.
Hemos traído algo para la parejita de moda, no es mucho pero es todo cuanto hemos podido conseguir, esperamos que con esto podáis zanjar algunas cuotas de vuestra hipoteca, esto es para vosotros –y sacó un cheque de su cartera por la cantidad de dos mil euros.
No podemos cogerlo, después de todo nos acabamos de conocer –dijo Lucía asombrada.
Vamos, no digáis tonterías, el tiempo que haga que nos conozcamos da igual, lo que ahora importa es que os hace falta, y nosotros en este momento nos lo podemos permitir, así que por favor, aceptadlo.
Frank miró de nuevo a Lucía, esta vez más intensamente, fijándose en el azul de sus ojos, en el perfil de sus labios, en el mechón de pelo que de vez en cuando le tapaba lo ojos.
“Dios… ¿se puede ser tan perfecta?”.
Está bien, gracias, pero cuando podamos,  lo devolveremos todo –
Lucía se puso en pie y se dirigió hacia Frank, este también se levantó y los dos se fundieron en un abrazo.
Quizá para ella de simple agradecimiento, pero para él fue algo más, como si abrazara una llama, como si esta con todo su fulgor, le consumiera por dentro.
 Sin querer, su cuerpo ardió, dejando en su interior un cultivo de llamas, entiéndase con esto que nuestro Frank jamás había sentido nada parecido, ni el hormigueo en su interior, ni la flojera absurda que ahora sentía en las piernas, ni el dolor tan intenso en el corazón. Se había casado, sí, y como hemos dicho antes con una mujer que nada tenía que envidiar al físico de esa tal Lucía.  Pero algo dentro de él cambió para siempre, al sentir la calidez de su piel junto a la suya, al exhalar aquel aroma tan delicioso saliendo de su cuerpo. De nuevo, otra punzada de dolor, esta vez más fuerte que la anterior, le recorrió el corazón, un dolor que nunca había experimentado, una sensación que le embriagó.
 “¿Sabía yo, lo que es amor?”.
Una vez sentados los dos, la cena continuó, larga y entretenida, aunque para Frank, como hemos dicho, algo muy dentro de sí había cambiado, no se encontraba cómodo, ya no la temperatura de su cuerpo no descendió desde que abrazara a Lucía.
Bebió, bebió, y bebió. Pero el calor de su cuerpo no decrecía. Se movía inquieto, se levantaba al baño constantemente, unas cuantas veces su mujer le preguntó si se encontraba bien, y lo cierto era que se encontraba mejor que nunca, que jamás se había sentido así, ni cuando conoció a su esposa, ni con el nacimiento de su hija.
No dejaba de contemplarla, primero despacio y con cuidado, tardando años en escrutarla para que no se percatara, ni ella ni su marido, que miraba aciago a Frank cada vez que este levantaba la cabeza para observarla. Frank contemplaba su rostro, cada gesto de él, cada una de las comisuras que sus labios formaban al moverse, y se imaginó… rozándola, besándola, fundiéndose los dos en uno. 
“¿Será esto el verdadero amor?”.
Al final, cuando habían pasado siglos, ya no prestaba atención, ni a su esposa ni a Martín, daba igual quién hubiese delante, tan solo tenía ojos para aquella musa que le había deslumbrado,  y que había conseguido robarle el corazón.
“Atenea”.
            Hasta que esta, en un ademán de picardía se dio cuenta y le miro, a través de aquellos dos mechones que encerraban sus ojos…y le sonrió.
Frank recibió esa sonrisa con otra punzada y miró a todos los comensales, fijándose en Martín. Se quedaron los dos mirándose detenidamente, cuando Martín se giró y besó a Lucía. 
“Sería tan fácil, un simple movimiento, y la tendría junto a mí”.
 Introdujo la mano en el bolsillo, y notó aquel trozo de  metal frío, y áspero rozando su piel, miró a su mujer, e inmediatamente después volvió la vista a la musa que le había despojado de su alma. Deslizó las yemas de sus dedos suavemente por aquel instrumento que ocultaba.
 Cerró los ojos desesperadamente,  y…
En pocos segundos todo quedo bañado por un color carmesí, que poco a poco fue desmenuzándose como la cascara de un huevo. Este, dio paso a un manantial de azules, verdes y marrones grisáceos, ellos fueron los que  trajeron de la lejanía un alarido envuelto en dolor, un dolor que entro por las membranas auditivas de Frank, trayendo a sus oídos la esencia de Chopin.  
 Prélude en E menor, comenzó a sonar.                                                                                  

viernes, 4 de noviembre de 2016



Segundo movimiento.

Réquiem Mozart.

Kirye









                                         Del  cruel amanecer








El coro abre la que será una cruenta mañana.
Chocan las espadas, resuena con ellas el trombón, el griterío de los hombres casi aturde a los violines, el olor a humedad y sangre impregna las  fosas  nasales de los caballeros que batallan en aquella planicie abandonada, arrastrándose por el barro. El sonido del metal  ensartando la envoltura que salva guarda el poderoso espíritu, la carne resquebrajándose, escupiendo el calor viril que  da movimiento a aquellos seres empedrados en ropajes casi desvencijados, semi cubiertos de un metal oxidado en el que confían sus vidas. La terca estupidez humana.
Los alaridos de dolor  se entrecruzan con los suspiros de un íntimo  violín que ya suena junto al coro y trombón…el tormento que acompañara a los hombres en su epopeya…en su fin.
Entonces cada movimiento se convierte en una súplica, la súplica en dolor, dejando paso a la soprano que atrae la luz perpetua del amanecer. Las nubes huyen despavoridas, el agua que durante la noche a convertido el campo de batalla en un cúmulo de meandros toca su fin. Las  espadas golpean hastiadas, pero el ánimo de los caballeros no flaquea y les impide retroceder de la eterna lucha. La violencia que lo envuelve todo en una vorágine de locura que abotarga la razón de los hombres. Las cuerdas, el aire y las voces se entrecruzan. Todo en una mezcolanza de arena, sangre y odio.
Un hombre que cae, otro que se levanta, espada contra espada, el azuzar de sus ropajes, el barro que ralentiza el movimiento…el trombón de nuevo, que despierta huracanes de ira, la sangre que baña el campo batalla de un color carmesí y el hombre victorioso que es atravesado por una lanza, seccionándole la piel,  cortándole los tendones y el poco cartílago que le recubre el corazón. El portador de la lanza continúa con su baile…errático como si otra muerte más no fuese si no parte de su coreografía. El violín solloza solo, aunque no tardan en acompañarle el griterío de los soldados farfullando el apodo del caballero de la lanza. ¡¡¡Lug…Lug…Lug!!! No es su  nombre pero todos le conocen así, por la primera inicial de cada uno de sus apellidos.     

Lope Uriarte de Garmonegro así es como se llamaba, aunque a excepción de su familia nadie le conocía ya  por ese nombre tan engorroso. Tampoco sabían mucho de él, tan solo lo que contaban las leyendas. Era feroz con la espada, jamás había sangrado, había llevado a la orden de los caballeros pardos a lo más alto, se decía que nada le gustaba más que la guerra, que el olor a sangre…nada más que ver su arma bañada de ese burdeos que embotaba a los hombres llenándoles de vida. Pero sobre todo era imparable con la lanza, empalaba, decapitaba y se movía con una gracilidad jamás vista en un hombre…si, así es como se llamaba. 
Lug el de lanza llameante.
Más fue el caballero al que todos llaman Lug  el que decidió desvencijarse de su atalaje, sirviéndose de reclamo para el resto de huestes bárbaras.
Unos movimientos sinuosos, agiles y elegantes introducen a este en un estado de trance. Su cuerpo bulle desnudo, tan solo acompañado de su allegada lanza. Marrones, rojos y grises inundan  sus retinas. Golpea a los hombres  haciéndoles trastabillar. Una esquiva más, un golpe certero en los ojos, un grito amenazador contra él. La espada que se levanta con la fuerza de un yunque pero con la destreza de un elefante. Para Lug,  todo forma parte de la misma ceremonia.  Ensartar…decapitar…bailar. Las espadas pasan lejos de su cuerpo blandiendo el aire, su lanza describe círculos imposibles golpeando a sus enemigos... La pica que atraviesa la yugular, los remojos que tiznan de rojo a un hombre sumido en un éxtasis visceral.
Ahora bien. No fue hasta mucho después, que el mundo decidió detenerse, dejando a los combatientes sumidos en un estado de parálisis, que les hizo perder la razón, convirtiéndolos en rocas. Solo uno, nuestro campeón era capaz de moverse todavía, solo él conservaba la cordura. Desconcertado, recogió cada retazo de su atalaje. Fue entonces cuando se percató de su presencia, monstruosa, aterradora. Una extrañeza oscura cubierta de acero  que  deambulaba no muy lejos de donde él se encontraba. Su robustez era  dos veces la de Lug. La poca luz que ya traía el amanecer era absorbida por su armadura, negra como el azabache. Pero sin duda alguna lo más portentoso de todo, eran los cuernos que dominaban gran parte de su cabeza. Similares a los de un toro y que no tenían que ver nada con un yelmo.  Nacían de su rolliza nuca.
 Fue acercándose con cautela hacia aquella rareza oscura. Con el arma en prevengan y el corazón inserto en un puño. No era fácil de asustar y sin embargo ese ser lo había conseguido. Lug miraba  a los hombres que yacían tirados en el fango, tocaba a los que seguían petrificados. Su voz fue lo primero que se escuchó desde que el mundo se detuviera.  
― ¿Quién eres? Le pregunto; no, sin que el vello se le erizara un poco más. Nunca había visto nada igual. ¿Un toro sobre dos patas?
La bestia giro sobre si misma  al oír la voz del semejante. La cabeza de león tallada en el pecho eran los únicos rasgos destacables.
― ¿Quién eres? Volvió a farfullar. La presencia lo busco con la mirada…la risa voraz de la bestia acongojo a este todavía más y  sin embargo seguía sin saber a qué diantres se enfrentaba.
Un momento después su voz inundo los pabellones auditivos del caballero.
― ¿Es que no me conoces?
Una alerta inesperada soltó el resorte que mantenía la mano fuera de la espada. Entonces agarro la empuñadura con violencia.
― ¿Es que no me conoces? Volvió a preguntar, visiblemente más irritado.
La hoja que refleja la luz del amanecer al despojarla de la vaina que le da cobijo, un hambre insaciable embota la hechura del acero, el puño de Lug blande con más fuerza la empuñadura, el corazón le golpea el pecho avivando la llama de la ira. El veleidoso Kirye apremia a nuestro héroe a lanzarse encolerizado sobre aquella extrañeza opaca. Demasiado lento... Demasiado torpe... para la veloz presencia.
El dolor que despierta los sentidos, la espada que atraviesa el pecho cercenando cartílagos, rasgando la piel, enterrándose virulenta en las vísceras del hombre. Estertores de sangre dominan ya el ánimo del caballero. Y la  mano bizarra de la bestia que compunge el gaznate de su víctima, presionando con tesón, sin piedad.
         
Sus pisadas retumban sobre el mármol de la sala, su sonido rebota en la tosca piedra que da forma al castillo. La capa  arrastrando por el suelo, intentando recoger  el rumor que producen las  grandes botas de cuero que visten al valeroso hidalgo. La armadura da cobijo a los ropajes andrajosos que se puede permitir. La barba le cubre el rostro, la melena recogida en una gran trenza y la mano asiendo la empuñadura de su espada. Unos pasos más para plantarse delante del rey…un poco más cerca…
― Vaya, vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? Un oso.
La voz del rey silencio el eco de las botas hundiéndose en el mármol
― Un caballero.  Respondió este.
― No me vengas con sandeces Lope. Sois osos. Osos pardos no caballeros
― Para eso me ha mandado llamar…
― ¿Necesita un rey motivo alguno para no llamar a quien le plazca?
Sin embargo... oso. Esta vez sí que hay un motivo. Veras. Llamo al auxilio a tus osos, les necesito a ellos y te necesito a ti. Lope
― Mi nombre es…
― ¡Tu nombre es el que yo decida, vasallo, súbdito, plebeyo! ¡Y arrodíllate cuando te dirijas a tu rey!
No se arrodillo, tampoco dio contestación alguna a aquel insulto e intento emprender la marcha hacia la salida, pero dos guardias se lo impidieron agarrándole ambos de los brazos.
― Lope…Lope…Lope cada día más desobediente con tu rey.
Como te decía, tú y tus osos haréis un trabajo para mí. Los barbaros del este tienen ocupado el baluarte de Tirmes. Como sabrás, mi hijo acaba de cumplir la mayoría de edad y necesito que se independice, necesito que vea como es la vida fuera de mi protección y que aprenda a gobernar. Pero, para eso, primero tendrá que conseguir manejarse solo y el baluarte de Tirmes es un buen lugar. Ya me entiendes.
― ¿Me pides que vaya a la guerra con mis caballeros, para que tu hijo pueda independizarse?
― ¡¡¡Te doy la razón por la que te mando a luchar!!! Aunque bien podría callarme y hacer que solo cumplieses mi orden, sin explicación alguna. Muchos dirían que soy un rey benevolente.
― Mis caballeros y yo no iremos a ningún sitio
― Veras Lope. No te lo estoy preguntando, no tienes otra opción. Los osos pardos servís al rey os guste o no. Si desobedeces a la corona te arrepentirás.
          Este giro sobre sí mismo, haciendo caso omiso a la amenaza del rey. Se movía  colérico hacia la salida. Cuando la voz del rey volvió a rugir.
           ― ¡Lug!
Se paró en seco, casi en el umbral de la puerta.
          ― Se lo que buscas, te conozco, conozco a los que son como tú. Buscáis la gloria, anheláis que la gente pronuncie vuestros nombres, codiciáis el recuerdo eterno de vuestras hazañas.
Haz el trabajo y prometo que después de esto, tu nombre retumbará en los ecos de la eternidad.
Un silencio cerval, una respiración más excitada de lo normal y la comisura de los labios que se mueve hasta formar una mueca sonriente. Lug atravesó el umbral sin mirar atrás.
El rey soltó un último alarido que impregno los entresijos del hombre.
             ¡Al alba un guía te estará esperando en la salida del lago!

          Lo sujetabá en volandas solo con su enorme mano. La espada hace tiempo que la separo de su cuerpo, dejando una herida abierta por la que se dispersaba la sangre abyecta que envenenaba su cuerpo. El ser aprieta con más fuerza el cuello, consiguiendo que el aire no llegue a alimentar los órganos que sustentan al hombre mortal.
El sol ya ha salido en el este, adormecido, casi melancólico,  como si por alguna extraña razón presintiese el dolor del que iba a ser testigo aquel cruel amanecer. La mano intenta asirse al calor esperanzador de los rayos de un sol que aún no calienta lo suficiente, el calor que huye del cuerpo dejando que el molesto frio inunde la hechura de nuestro héroe.  A lo lejos cerca del mar logra ver a una niña y una mujer. Sonríen. Con lágrimas en los ojos, recuerda las últimas palabras de su amada.
― Déjalo. Olvídate de todo ese manantial de violencia, sé el hombre con el que me case. Anhelas la gloria y no te das cuenta que ya la tenemos, no necesitamos más. Solo tú, yo y nuestra hija…
― No te vayas papá…
Intenta abrir los ojos, moverse, pero ya no le queda vida, sin apenas percatarse se le ha escapado entre los dedos fríos y pálidos…aunque sí que consigue mover los labios en un último susurro.
― Os quiero. Siempre os querré, espero que algún día podáis perdonarme
          Si las cuerdas del violín no se hubiesen roto, habrían logrado que estas palabras quedaran engarzadas en el aire, para que el trombón si todavía siguiese vivo las  desplazara  por todo Silgar hasta llevarlas a oídos de su mujer e hija. Quizás los coros podrían haber hecho algo en última estancia…pero yacen moribundos e aquella triste llanura, henchida de una ruin mortandad.
Entonces, las taciturnas elocuencias de nuestro héroe  apenas se movieron del lugar, sí que avanzaron un poco, seguramente hasta rozaron alguna nube, tal vez incluso alguna letra quedó desperdigada y logro llegar al sol, pero los anhelos del hombre quedaron sumergidos en aquel insidioso barrizal.