Diario
de Frank
23 abril del 2015: 03:15
a 06:45
Nocturne número 1 de Chopin, sonaba en
mí mp3, tan fuerte que era incapaz de oír el agua que caía del cielo estrellándose
contra el duro asfalto, sí que veía las nubes retorciéndose y chocando entre sí,
incluso emitiendo algún que otro
fogonazo de luz, pero no escuchaba lo mas mínimo, ni siquiera el coche que
seguramente tubo que pitarme al frenar en seco, para no atropellarme cuando cruce
por en medio de la cazada. ― Que te den por culo gilipollas.
Como
digo, mis órganos auditivos estaban empapados por las teclas que Chopin tocaba
sin importarle lo más mínimo todo lo que ocurriese alrededor.
Caminaba,
con un paso más ligero de lo normal, con el pulso vagamente acelerado, tal vez dejándome
llevar por la euforia de la música. Apenas me había dado tiempo a vestirme, tan
solo la camiseta del pijama con la que me había acostado, unos vaqueros sucios
que recogí del montón de ropa que vagaba por mi casa y las chancletas de playa,
las cuales, al igual que todo lo demás, todavía no había guardado.
Eran
las tres y cuarto de la madrugada. No podía dormir, de nuevo aquellas horribles
pesadillas habían vuelto para para flagelarme, para taladrar con brocas
invisibles hasta el más recóndito de mis entresijos, de hecho notaba aquella
sangre discurriendo por el interior de mi cabeza, cayendo a borbotones. Necesitaba
que la lluvia fría empapara mis ideas y que esta puta cabeza dejara escapar
cualquier resquicio de aquella rocambolesca pesadilla. Mis pies, estaban completamente empapados. Aunque eso era de
esperar, caminando como lo hacía bajo aquella lluvia y en chanclas, de todas
formas no era algo que me preocupara, tampoco hacia mucho frio, con lo que la
frialdad del agua se soportaba bien, mucho mejor que la necesidad de un whisky
con hielo, o la exasperación por un maldito cigarro. He de reconocer que por un
instante me vi a cámara lenta caminando por los charcos que formaba el agua,
salpicando a cada movimiento gotas de agua que caían al ritmo que marcaban las
teclas de Chopin. Joder parece una puta película.
Intente sonreír.
La
calle era interminable. ¿Dónde coño estaba
el puto bar? Tan infinita como aquella certidumbre horrible con la que
me despertaba siempre después de las pesadillas, una certeza absoluta de que
algo malo iba a pasar, era como un puño golpeando mi sien, como si alguien
intentara avisarme de algo, y quisiera hacerme mirar hacia el sitio correcto.
El
bar era de lo más repugnante, tan solo había dos borrachos apoyados en la
barra, medio muertos, apenas hablaban, aunque sí que lo intentaban, pero no era más que un intento burlesco por lograr
comunicarse, en consecuencia, solo conseguían
balbucear sonidos inconcretos, parecían niños recién nacidos.
La
luz mortecina de los focos que todavía funcionaban, impregnaba gran parte de
aquel tugurio de mala muerte, hacía que
las cristaleras donde se encontraban las raciones brillaran de un modo inusual, dando a la
comida un aspecto decadente.
La Veleta, ese era el nombre con el que un día
decidieron bautizar a ese bar mugriento, gobernado por tipo cuya masa
corporal abarcaba todo el hueco por
donde debía de moverse con cierta rapidez si alguna vez tenía la suficiente
clientela como para tener que hacerlo. Todo en aquel bar apestaba a orín y vómito, el suelo estaba
lleno de colillas sin limpiar desde hacía siglos, el techo se caía a pedazos,
el brillo del mármol había desaparecido, la atmosfera estaba henchida del humo
de los cigarrillos que esos dos y antes un centenar se habían fumado allí
dentro, en consecuencia, el sitio era una gran mierda pinchada en un palo, pero
necesitaba una copa y era el único sitio que a esas horas estaba dispuesto a
ofrecérmela.
A
decir verdad me moví por el interior con bastante comodidad, como si todo
aquello fuese parte de mí, como si lo echara de menos. Note una especie de sensación
embriagadora, al ver las mesas y sillas de metal que ocupaban gran parte del
salón.
Golpee
la barra con la cartera y grite:
― Un wiski solo, con
dos hielos y en vaso grande.
El
camarero ni se inmuto, y espero unos segundos antes de preguntar si de alguna marca
en especial. Note el olor de su aliento golpeando mi cara, era un hedor fétido, como el que despiden las cloacas una noche de verano, después de
aguantar durante todo el día las sacudidas de un sol implacable. Eso me hizo
fijarme en sus dientes que eran pura mierda, como si alguien le hubiese
rebozado esta con estiércol. Cuando
levanto el brazo para alcanzar la botella descubrí manchas de sudor en su
camisa, no unas cualquiera, producto de un día de trabajo. No. Aquellas llevaban tanto tiempo impregnadas en la camisa que ya formaban parte de ella.
Ha veces resulta gracioso lo rápido que te puede cambiar la
vida en cuestión de horas, un día eres el hombre más feliz del mundo y al siguiente, estas roto por dentro, tanto, que
tu cuerpo ya no es capaz de sostener en su interior eso que denominan alma. A veces ese golpe fuerte te sacude tan rápido que apenas te da tiempo a verlo llegar, solo
eres consciente de ello, cuando ya estas sumido en un limbo de ácido y sal.
Me bebí el whisky de un trago y me encendí uno
de los pitillos que aquel camarero desaseado me había dado, le
di una calada tan grande a aquellos portadores de muerte, que casi me quede sin aire, note como el humo negro y
viscoso, expulsaba todo el aire sano que
llenaba mis pulmones y dejaba que el negro cubriera todas aquellas cavidades de una oscuridad ruin…cáncer. Que fácil resultaba decirlo, y
que extrañamente cruel asimilarlo. Me observe
en el espejo que había delante de la barra, tenía una larga barba, ya
cada vez menos pelirroja y una melena cada vez más rubia. ¿Para qué coño ponen esos espejos ahí? En el
gimnasio lo entiendo, ver poco a poco los resultados de cómo esculpes tu cuerpo
¿Pero aquí?
Me
bebí el siguiente whisky de otro trago, y ya el siguiente cigarro no dolió tanto,
tampoco me acordaba ya de las pesadillas, incluso aquella sordidez que antes me
sorprendió del bar apenas me importaba ya. Seguí bebiendo hasta que vi como la
luz del sol acariciaba el umbral de la puerta,
y como el primer autobús de la
mañana se paraba justo enfrente.
Volví
la vista al vaso vacío. Siempre es todo tan difícil… que… a veces la mejor
solución es la primera que se te pasa por la cabeza…pero esa solución podría
resultar de lo más dolorosa. Por suerte existe el whisky.
Como decía. El olor del camarero había
desaparecido, la exasperación de un cigarro la liquide fumándome un paquete, y
aquella certidumbre de que algo malo iba a pasar termino quedando en el olvido,
al final tan solo veía un vaso lleno y otro vacío. Estire los brazos sobre la
barra y apoye mi cabeza en ellos, me
gire y vi a los dos borrachos que estaban
cuando entre. Por fin había logrado
entenderles, después de todo, no éramos tan diferentes.